-No disminuye el número.
-No. Y, mientras sigan existiendo personas así, gente que antepone el vicio a la salud, continuaremos lastrados por esos hombres y esas mujeres que llaman placer al vicio.
-Ahí, al menos, los tenemos localizados, y, llegado el caso, podemos proceder como anteriormente procedimos.
-Me acuerdo de una mujer… Me miró desde la marquesina, me detuve, la acusé. Era muy guapa.
Me sonrió y me contestó con el vicio en la mano que también yo tendría su mismo final antes o después, que no me hiciera ilusiones. Ella quizá moriría enferma, y yo sano tal vez, el peor modo de morir. Volvió a sonreír, señaló con el gesto hacia los humos de la industria química, añadió: Aunque dudo que alguien muera sano mientras ustedes se ocupen de las crías y cierren los ojos ante las madres.
-Los inconscientes de siempre, sabido es.
-A esa mujer sí la hubiera salvado yo, más o menos viciosa. Pero fue todo tan rápido…
-Justo para evitar tentaciones similares. Las prohibiciones, los razonamientos, desanimaron y animaron por igual, acuérdate.
-Como sucede ahora con estos nuevos viciosos que no fuman pero sí consumen energía sin parar.
-Y el bienestar de la mayoría es sagrado.
-Sí, habrá que proceder cuanto antes. Pero hay una mujer en aquella marquesina…
José Ángel Ordiz Llaneza
José Ángel Ordiz Llaneza
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