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jueves, 24 de noviembre de 2011

— LOS APESTADOS — POR JOSÉ ANGEL ORDIZ LLANEZA

-Esas marquesinas siempre me recuerdan a las paradas de los autobuses. Hasta los apestados parecen estar esperando el bus de alguna línea.

-No disminuye el número.

-No. Y, mientras sigan existiendo personas así, gente que antepone el vicio a la salud, continuaremos lastrados por esos hombres y esas mujeres que llaman placer al vicio.

-Ahí, al menos, los tenemos localizados, y, llegado el caso, podemos proceder como anteriormente procedimos.

-Me acuerdo de una mujer… Me miró desde la marquesina, me detuve, la acusé. Era muy guapa.
Me sonrió y me contestó con el vicio en la mano que también yo tendría su mismo final antes o después, que no me hiciera ilusiones. Ella quizá moriría enferma, y yo sano tal vez, el peor modo de morir. Volvió a sonreír, señaló con el gesto hacia los humos de la industria química, añadió: Aunque dudo que alguien muera sano mientras ustedes se ocupen de las crías y cierren los ojos ante las madres.

-Los inconscientes de siempre, sabido es.

-A esa mujer sí la hubiera salvado yo, más o menos viciosa. Pero fue todo tan rápido…

-Justo para evitar tentaciones similares. Las prohibiciones, los razonamientos, desanimaron y animaron por igual, acuérdate.

-Como sucede ahora con estos nuevos viciosos que no fuman pero sí consumen energía sin parar.

-Y el bienestar de la mayoría es sagrado.

-Sí, habrá que proceder cuanto antes. Pero hay una mujer en aquella marquesina…


José Ángel Ordiz Llaneza

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