Su melena dorada azota al mundo de hermosura travestida de verdad, verdad en estado puro y libre, sin disfraces ni maquillajes, sin máscaras ni rimmeles. Pero ella recoge su pelo tras su nuca en un continuo intento de pasar desapercibida. Ella no anda, se desplaza, ella no habla, te acaricia con la voz y nunca se detiene sino a mirarte y a escucharte, porque queda siempre cerca su próxima estación, la de su corazón sin dueño, la de su mente lúcida y altiva, la de su vivir sin mapa previo, sin coranes ni torás, sin biblias ni libros rojos, sin más dogma que vivir, vivir por sobre todas las cosas, confesando que vive casi tanto como deja de vivir. A veces también le asalta una atávica tristeza salpicada de dudas y algún miedo y llora, llora y llora, porque ella también llora, pero esconde la cara entre sus manos mientras sus dedos enredan entre sus sienes. Ella no se permite llorar ante cualquiera, guarda para sí la agridulce sal que traen como resaca la espuma de los días y los silencios martilleantes de las noches. Ella es la alegría de la casa y de la calle y siempre regala sonrisas, atención y buen rollito.
Cómo no dejarla entrar en este corazón tan ajado y trabajado de ruidos y melancolías, tan transitado de idas y venidas, cómo no dejarla habitar entre el sol y el si bemol de mi piano, cómo no intentar siquiera retratarla con palabras quién sabe si sólo en un fallido intento por sublimar lo inasible, lo insondable, lo inquietante de saber que existe, tan cerquita del mar y tan lejos de mi pequeño mundo… ¡Cómo no sentirse, tal vez, probablemente, casi enamorado!
©Amador Muñoz: http://dorchymunoz.blogspot.com/
Amador qué relato tan fantástico. Poético y muy sugerente. Me gusta mucho. Besos
ResponderEliminarPerdona Amador, mi despiste llega a cotas muy altas, la anónima soy yo
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